viernes, 7 de noviembre de 2014

El otoño del bosque

El atardecer iluminaba el bosque. Los árboles se teñían de fuego y el suelo parecía estar cubierto por una inmensa alfombra dorada. 
En esos momentos era cuando la vida se desplegaba.
Aquí podías ver una ardilla trepando rápidamente a un árbol mientras que unos metros más allá un oso aprovechaba los últimos momentos del día para llenarse la panza antes del invierno. Un pequeño zorro asomaba el hocico de su madriguera, curioso y volvía a entrar al sobresaltar a un regio búho.
Y luego aparecían ellas. Apenas se veían, ligeras sombras verdes y marrones. Las guardianas del bosque. Las hadas.
 
Por lo general, una leve neblina brillante indicaba su presencia. Sus formas, extrañamente humanas, solo eran plenamente visibles cuando se zambullían en un rayo de sol.
Si algo aman las hadas más que nada es la vida. Allí donde haya vida, hay hadas. Aún no se sabe por qué, pero desaparecen justo antes de que los seres humanos lleguen. Quizá prevean el triste final que aguarda a quien ellos se acerca o quizá es que su influencia protege de nosotros a la tierra.
Sea lo que sea, yo las vi marchar.
En aquella tarde, en aquel lugar.