A ver si os gusta este microrrelato, es para un certamen.
Los comentarios me ayudan a ganar, así que ya sabéis.
La atmósfera estaba empezando a resultar asfixiante, pero yo no podía hacer nada al respecto. Ya había hecho todo lo que estaba en mi mano, ¿qué podía hacer, salvo pedir ayuda? Sin embargo, nadie podía llegar hasta mí, las llamas me habían atrapado.
La sensación de impotencia amenazaba con vencer a la poca esperanza que me quedaba. Sabía que no podía permitir eso; sin esperanza, no hay vida.
Poco a poco, mis fuerzas iban disminuyendo; el calor, la falta de oxígeno y el agotamiento minaban mi resistencia. Era cada vez más y más difícil no perder completamente la cabeza en esas condiciones, pero yo no podía ni siquiera pensar en rendirme, nunca lo había hecho y, desde luego, no pensaba empezar en aquel momento.
Me costaba cada vez más concentrarme en algo, por lo que comencé a rememorar toda mi vida: mi infancia en aquella pequeña casita al lado del mar, mi paso por la universidad y todo lo que había tenido que hacer para conseguir llegar hasta dónde estaba… No podía permitir que todo eso desapareciese de repente. No, no podía hacerlo y, en ese momento, mi determinación de sobrevivir llegó a límites insospechados. Debía intentar aprovechar cualquier oportunidad de huir de aquel infierno. Miré a mi alrededor, buscando una escapatoria. La única puerta de la habitación estaba bloqueada, sólo me quedaba la ventana. En realidad, la ventana no era tan mala opción, al fin y al cabo, tan sólo estaba en un segundo piso. Por otra parte, aunque no muriese, en la caída podía sufrir daños bastante graves.
El dilema solamente lograba hacerme perder el tiempo y, mientras tanto, el fuego seguía avanzando.
Finalmente no logré soportar más el incendio.
Mi subconsciente decidió por mí.
Salté.
